Quiero ahondar un poquito en este tema ya que anteriormente publiqué la película de Moulin Rouge que tocaba el tema del amor, desde una manera sumamente romántica y poética, pero bueno, ahora lo voy a agarrar por el lado psicológico y les dejo esta nota no sin antes decirles que voy a seguir un poquito mas con este tema en mis siguientes publicaciones pero tomándolo desde otros ángulos:
Por qué una persona se enamora precisamente de tal o cual persona, Y no de cualquier otra de las miles de parejas potenciales que encuentra, sigue siendo un profundo misterio. El azar, la química y la probabilidad de que dos pequeñas ventanas de receptividad se abran en el preciso momento de conocerse son garantía de impredecibilidad. Pese a todo, la ciencia ha hecho algunos modestos avances en el camino para comprender por qué nos enamoramos y por qué nos desenamoramos.
Contrariamente a los mitos difundidos por las ciencias sociales en el siglo XX, el amor no es un invento de los poetas occidentales de hace unos cuantos siglos. La evidencia apunta a la conclusión opuesta el amor es un universal que cruza fronteras culturales y probablemente haya estado con nosotros desde que se formaron los primeros vínculos a largo plazo entre parejas en los brumosos albores de la historia evolutiva de los humanos. Desde los zulúes de Sudáfrica a los inuits del norte de Alaska, los humanos dicen sufrir las obsesiones de la mente y las pasiones de la emoción que el mundo occidental asocia con el amor.
En un estudio de 168 culturas diferentes, el antropólogo Bill JankoWia halló una fuerte evidencia a favor de la presencia de amor romántico en casi el noventa por 100 de ellas. Para el diez por 100 restante, la evidencia antropológica era demasiado imprecisa para extraer conclusiones definitivas.
Mucha gente en todo el mundo dice también sentirse actualmente enamorada. La socióloga Sue Sprecher y sus colaboradores entrevistaron a 1.667 mujeres y hombres de Rusia, Japón y Estados Unidos. Lo que hallaron fue que el 61 por 100 de los hombres rusos y el 73 por 100 de las mujeres rusas decían estar en aquel momento enamorados. Las cifras para los japoneses eran del 41 por 100 de los hombres y el 63 por 100 de las mujeres; y, entre los norteamericanos, el 53 por 100 de los hombres y el 63 por 100 de las mujeres. Mi propio estudio de las preferencias de emparejamiento de 10.047 individuos de treinta y siete culturas distintas localizadas en seis continentes y cinco islas también reveló la importancia y universalidad del amor. Lo que hallé fue que «el amor y la atracción mutua» era calificado como el más indispensable de los dieciocho atributos que se les daba a elegir para caracterizar a la persona con la que se casarían -y eso por ambos sexos y en todas las culturas. Más allá de las singularidades de las prescripciones culturales, la diversidad de sistemas de emparejamiento, las convulsiones políticas, las dispares condiciones económicas y la multiplicidad de creencias religiosas, los humanos de todo el mundo anhelan el amor.
Las cualidades esenciales que las personas desean en una pareja definen las reglas del juego del emparejamiento en los humanos. Los deseos determinan hacia quién nos sentimos atraídos y qué estrategias son efectivas para atraer a la pareja deseada. Las violaciones del deseo crean conflictos y preconizan la disolución conyugal. La satisfacción de los deseos del otro se convierte así en un medio eficaz de conseguir y retener a una pareja, y aumenta la posibilidad de un amor a largo plazo.
El estudio de las treinta y siete culturas ilumina con más claridad que nunca anteriormente cuáles son los componentes del deseo. En todo el mundo la gente busca una pareja que sea amable, comprensiva, inteligente, fiable, emocionalmente estable, poco exigente, atractiva y sana. Sin embargo, las culturas difieren enormemente en cuanto a la importancia que atribuyen a ciertas cualidades. La virginidad, por ejemplo, es una cualidad virtualmente indispensable en la pareja para casi todos los chinos, pero irrelevante para la mayoría de los suecos y holandeses.
Pero lo más sorprendente para los científicos sociales fue el descubrimiento de diferencias universales entre los sexos. Los hombres de todo el mundo dan más importancia a la juventud y al atractivo físico, cualidades reconocidas como importantes signos de fertilidad y futuro potencial reproductor de la mujer. Las mujeres de todo el mundo desean hombres ambiciosos, que gocen de una posición social decente, posean recursos o el potencial para adquirirlos y que sean unos años mayores que ellas. Durante toda la vasta historia evolutiva humana, los hijos de una mujer han sobrevivido y prosperado mejor cuando la mujer ha elegido a un hombre rico en recursos y comprometido a invertirlos en su pareja.
Entonces, ¿es el amor únicamente una fría evaluación de las especificidades de una persona? ¿Acaso no es una emoción que nos ciega hasta la quiebra? Un poco de ambas. La gente no suele enamorarse de personas que carezcan de las cualidades que desean. En un estudio de las respuestas de hombres y mujeres a anuncios personales se halló que era más probable que los hombres iniciaran un contacto con una mujer cuando ésta mencionaba sus atractivos físicos y una edad joven en la descripción de su persona. De otro lado, era más probable que las mujeres iniciaran un contacto con un hombre cuando éste mencionaba unos ingresos razonables y un nivel de educación respetable.
Pero por mucho que a quién acabemos amando siga una implacable lógica utilitaria, es también posible que el amor haya evolucionado para hacemos ciegos a los defectos de la pareja. Hay al menos dos explicaciones científicas para la miopía que produce el amor. Son pocas las personas que posean la lista completa de las cualidades deseadas, y la mayoría tenemos que conformamos con menos de lo que desearíamos en un mundo ideal. Por lo general, sólo las personas muy deseables pueden atraer a personas igualmente deseables. Acaso la ley del amor mejor documentada sea la del emparejamiento selectivo, es decir, la tendencia a que las parejas estén formadas por personas que se parecen. Las personas inteligentes y cultas tienden a casarse con personas con las que puedan compartir sus ideas y erudición. Las personas atractivas y seductoras buscan pareja igualmente atractiva. Aunque los opuestos ocasionalmente se atraen, en el amor duradero los «8» generalmente se casan con los «8», y los «6», con los «6».
No tiene sentido insistir en los defectos de cuando uno se enamora. De hecho, un estudio reciente señala que la mayoría de las personas manifiestan «ilusión de amante», un exceso de optimismo sobre sus posibilidades de éxito marital. Mientras que aproximadamente el cincuenta por 100 de los matrimonios acaban en divorcio, sólo un 11 por 100 de las personas casadas piensa que su propio matrimonio puede acabar en divorcio. En un grupo de edad más joven de individuos solteros, sólo el 12 por 100 piensa que en su futuro matrimonio habrá una probabilidad del cincuenta por 100 de acabar separándose, por bien que entre los que se casan ahora, la probabilidad de divorcio ha aumentado hasta el 64 por 100. Estas cifras quizá reflejen sesgos adaptativos que, aunque desviados de la realidad, aumentan la probabilidad de éxito. De acuerdo con esta explicación, el amor es una emoción que motiva a las personas a perseverar en las duras y en las maduras, por mucho que a la larga no siempre funcione. En suma, el amor puede cegarnos de dos maneras: primero, permitiendo que nos conformemos con alguien que no se parezca a nuestra fantasía de la pareja ideal; y segundo, haciéndonos optimistas acerca del futuro de nuestro romance, y aumentando de este modo la probabilidad de que realmente tenga éxito.
El economista evolutivo Robert Frank afirma que el amor es la solución al problema del compromiso. Si nuestra pareja se eligiera por razones racionales, podría dejarnos por las mismas razones racionales al encontrar a otra persona ligeramente más deseable de acuerdo con sus criterios «racionales». Se crea así el problema del compromiso: ¿cómo podemos estar seguros de que una persona seguirá con nosotros? Si nuestra pareja está cegada por un amor incontrolable que no puede evitar ni puede elegir, un amor por nosotros y por nadie más, entonces el compromiso no flaqueará. El amor es más fuerte que la racionalidad. Es la emoción que nos asegura que no dejaremos a nuestra pareja cuando tropecemos con alguien más deseable, al tiempo que indica a nuestra pareja nuestra intención y determinación de estar siempre con ella.
Es probable que la flecha causal apunte también en sentido opuesto. El amor puede ser la recompensa psicológica que experimentamos cuando el problema del compromiso se resuelve satisfactoriamente. Es el opio del cuerpo y de la mente que nos anuncia que el problema adaptativo de selección de pareja, satisfacción sexual, devoción y fidelidad se ha resuelto con éxito. La explicación científica es que la evolución ha instalado en el cerebro humano mecanismos de recompensa que nos impelen a continuar las actividades que conducen al éxito reproductor. La pega es que con el tiempo la droga va perdiendo fuerza. Algunos se suben entonces al tren del hedonismo, a la búsqueda continua del éxtasis que acompaña al amor. Repetir el éxito con nuevas conquistas nos trae de vuelta al delirio, aunque éste nunca llegue a alcanzar la misma intensidad. El amor puede ser una solución al problema del compromiso o la embriagadora recompensa por haberlo resuelto, o ambas cosas. En cualquier caso, no cabe duda de que el amor es una emoción íntimamente ligada al compromiso. En mis estudios de ciento quince acciones distintas que indican que una persona está realmente enamorada, los actos de compromiso se sitúan al principio de la lista -actos como hablar de matrimonio o expresar el deseo de formar una familia. Los más sobresalientes actos de amor señalan el compromiso de invertir los recursos sexuales, económicos, emocionales y genéticos en una sola persona.
Desafortunadamente, la historia evolutiva no acaba aquí. Donde existe el deseo de amor, existe el deseo de manipularlo. Los hombres engañan a las mujeres acerca de la intensidad de su amor para conseguir recompensas sexuales a corto plazo. Las mujeres, por su parte, han desarrollado por coevolución defensas contra la explotación sexual, por ejemplo imponiendo un largo proceso de cortejo antes de consentir en el sexo, intentando detectar el engaño y desarrollando una capacidad superior para interpretar señales no verbales. La carrera armamentista coevolutiva del engaño y la detección del engaño continúa, y no parece tener fin.
Otro problema es que la gente se desenamora tan arrebatadamente como se enamora. No podemos predecir con certeza quién se desenamorará, pero algunos estudios recientes nos dan alguna pista. Así como la satisfacción del deseo es muy importante para enamorarse, las violaciones del deseo presagian conflicto. Un hombre elegido en parte por su amabilidad y su energía puede acabar siendo abandonado si se torna cruel y perezoso. Una mujer elegida en parte por su juventud y belleza puede perder a su pareja ante la competencia de un nuevo modelo de belleza. Un compañero al principio atento puede tomarse condescendiente. Y la infertilidad de una pareja tras repetidos actos sexuales puede llevar a ambos a buscar una unión más fructífera.
Hay que considerar por último la cruda métrica del mercado de parejas. Considérese una joven pareja de profesionales. Si la carrera de la mujer se dispara pero el hombre acaba siendo despedido, su relación se verá sometida a una fuerte tensión porque sus valores de mercado son ahora distintos. Para la mujer, un «9» que hasta entonces había quedado fuera de su alcance queda ahora a su disposición. En la jungla evolutiva del emparejamiento, podemos admirar a una mujer que se mantenga fiel a un marido perdedor, pero quienes lo hicieron ciertamente no son nuestros antepasados. Los humanos actuales descienden de antepasados que cambiaron su pareja por otra mejor cuando la ganancia potencial superaba con creces los múltiples costes que las personas sufren a consecuencia de una separación. Desenamorarse tiene muchas facetas oscuras. El golpe puede ser físicamente peligroso para las mujeres y psicológicamente traumático para ambos sexos. Los hombres que se ven rechazados por la mujer que aman a menudo acaban maltratándola emocionalmente, y a veces físicamente. En nuestros estudios recientes descubrimos que una alarmante proporción de los hombres que son abandonados sin demasiadas contemplaciones acaban teniendo fantasías homicidas. Del mismo modo que la evolución ha instalado mecanismos de recompensa que nos inundan de placer cuando nos apareamos con éxito, quizá nos haya equipado también con mecanismos que nos propinan dolor cuando fracasamos en nuestros intentos de formar una pareja estable.
DAVID M. Buss
Catedrático de Psicología de la Universidad de Texas